viernes, 23 de junio de 2017

Un cambio de paradigma

LPL José Isabeles

Pareciera que hemos alcanzado un punto en la historia en que ya no es posible continuar escondiendo tanta basura debajo de la alfombra, para luego decirle a los demás que todo está bien, que el asunto ha quedado arreglado. El pequeño detalle es que en México ya no se pueden esconder las pésimas decisiones tanto de política exterior como interior, debajo del tapete. Las problemáticas se han abultado y son más que evidentes.

Año tras año nos hacen creer que liberalizar la economía, privatizar y dejar a millones de habitantes a su suerte era lo mejor, que igual que la reforma educativa, esta receta aliviaría los severos contrastes de la nación. Nunca ha funcionado, las prescripciones de la OCDE, FMI y otras instancias supranacionales, no han traído beneficios a la población: el país está sumido en la pobreza y la desigualdad, en el atraso del que nos prometieron salir. Ahora resulta que lo que en Europa son políticas de bienestar social, aquí es “populismo", ¿cómo está eso?

Requerimos un cambio de paradigma, un cambio o reorientación del modelo económico, poniendo al ser humano en el centro de cualquier esfuerzo. El pueblo mexicano ya no merece más el desprecio de su clase gobernante, o ¿hasta cuándo?

El Banco de México, por ejemplo, debe promover el desarrollo, garantizarlo. Es ridículo que sólo cuide la inflación y que ni eso sepa hacer bien. Las reservas internacionales dolarizadas deben ayudar al desarrollo del país y no a la estabilidad de intereses ajenos y del exterior. Banxico debe apoyar a resolver la estratosférica deuda externa (o eterna) de México, que pasó de unos 6 mil millones de dólares en los setenta a más de 100 mil millones en los ochenta.

Los salarios en México se han congelado desde hace unos 2 años, y prácticamente el salario es el mismo que entonces. Ahora pregúntese: ¿vivimos mejor o peor? Usted puede matizar su respuesta, pero ¿por qué no hemos pasado de ser un país manufacturero o un país maquila? Sí, producimos autos, pero sin nuestra propia tecnología (sin transferencia); sí, tenemos petróleo pero mandamos refinar a Texas y compramos más cara la gasolina; sí, exportamos más pero no tenemos soberanía alimentaria... ¿de qué se trata entonces?

Extrañamente nunca el gobierno tiene la responsabilidad rectora del desarrollo y del bienestar, siempre es Donald Trump, la baja del petróleo internacional, la crisis europea o los choques externos de la economía... puros cuentos chinos, ¿no cree? Entre tanto las grandes élites (des)gobernando a su antojo. Y bueno, alguien debería decirles que ya no somos menores de edad y que entendemos cómo durante siglos nos han ultrajado.

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martes, 20 de junio de 2017

La ruina del país

LPL José Isabeles

En esa era de la globalización, donde los habitantes del país se embelesaban con los triunfos de equipos de futbol nacionales, con la embriaguez de las llamadas redes sociales, las series de televisión ahora por esquemas digitales o la liturgia de la religión; se cocía a fuego lento el gran espectáculo de todas las pequeñas partes del sistema dominante, que confabulaba sutilmente en contra de todo un país.

Mientras aquello ocurría, y en medio del falso espejismo de una república moderna o posmoderna, como se referían a ella las grandes corporaciones pro-oficialistas; un grupo de hombres, qué digo hombres, un puñado de hombrecillos sin miramientos, afinaba últimos detalles en el sótano de aquella antigua mansión, con vestigios de potencia explotadora que otrora colonizó y sometió las fértiles tierras y raíces de este pueblo; los destinos de millones y millones de personas en la república.

La gente vivía enajenada, por una razón u otra, muchos perdiendo el tiempo trabajando para mantener (sin saberlo), a ese puñado de truhanes y sus gazapos; otros buscando ganarse una vida, una vida que muy pronto no les pertenecería. La suerte estaba echada, se preparaba desde los sótanos de aquella antigua fortaleza, la quiebra económica y financiera del país.

Quien lo iba a decir, el pueblo entero era gobernado por una maña de embusteros, políticos apátridas, sí, otros empresarios de alta cepa, jueces y por supuesto, la clase militar bien representada. La decisión se había tomado, y el plan había sido escrito. El caos se orquestaba muy a pesar del taimado presidente del país en turno. Necesitaban sacudir al pueblo para imponerles nuevas deudas y con esto nuevos miedos, pero ésta como aquella de hacía apenas 22 años, era la madre de todas, y no serían 120 mil millones de dólares, la cifra era espeluznante, tanto que no me atrevo a siquiera decirla.

No había mucho por hacer, la oligarquía tenía muy bien organizada a su camada de peones y recibía el apoyo casi ilimitado de esos mercenarios extranjeros. La nueva estructura de sometimiento estaba en marcha y a la espera del toque final. Aceitarla generaría miles de millones de libras en ganancias, que se irían directitos a arenas internacionales.

Chile en otro siglo y, recientemente la pobre Venezuela, constituían ejemplos de los embates ultraconservadores, del boicot que la superestructura global imponía sin recato; de aquellos pequeños hombres a veces disfrazados de izquierda, centro o derecha, según fuera el caso, o mejor dicho, el negocio. Y que vendían su conciencia a otros y hasta la esperanza de sus pueblos.

Incesante, la época seguía su marcha, pero nada cambiaba para el pueblo oprimido; todo sí, era abundancia para la reducidísima clase ladina que ese séquito encarnaba. La ruina del país estaba echada, no importaba qué ni cuando, sólo importaba el éxito en cada una de las fases de ejecución. El final de año estaba cerca, y ciertamente no sería un buen final, para ello no habría las suficientes razones, más el pueblo sería el último en saberlo.



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sábado, 10 de junio de 2017

Atrapado en ella

Todos los misterios que entraña el universo son sólo un guiño de dios” (Doménico Cieri)

LPL José Isabeles

Ya no sabía lo que no quería ver, sería quizá su trabajo; la sociedad; la realidad cotidiana; a lo mejor era el mundano, al autómata con que se topaba día tras día en el supermercado, la calle, la tienda de abarrotes, el jardín o el parque. Aún no se daba cuenta que lo que no quería ver era a sí mismo.

Había estado muy ocupado peleando contra la oscuridad, que no se había percatado de que aquella, sigilosa y astuta, lo había absorbido hacía tiempo en su mundo… y por su bien. No lo podía ver, reafirmaba en su estrecha realidad que seguía vivo, vivo y afuera, mas no era así.

Recordaba acongojado la vibración magnética que percibió en uno de esos viajes por el Universo. Era un locuaz pero no estaba hipnotizado, se había acercado a una visión distinta de sí mismo, pero solo eso, acercado. Había derrochado incontables oportunidades, aunque sabía que esa suerte no podía durar para siempre. Su ser estaba desfragmentado, desperdigado, era un caos en sí mismo.

Doctor Quantum le había ilustrado que había cosas que no podíamos ver, no porque no pudiéramos, sino porque el individuo y la sociedad no querían verlo. La privación terrena de la conciencia y de la mente hacían imposible, por ahora, la percepción de otras vastas dimensiones tan inimaginables como extrañas.

Muy apenas se encontraba en esa fase que él llamaba de “autoconocimiento”, ya no estaba más tan desorientado como antes, ahora intentaba convertirse en alguien que naturalmente sería. Pensaba muy en su interior que debía considerarse un crimen pretender ser alguien más pero nunca uno mismo. Y en esas andaba, no supo por dónde pero ya había comenzado...

Comprendió que un árbol podía percibir su amor con tan solo el abrazo, que el idiota no era él como tampoco lo era el árbol respecto a otro. No había árboles idiotas y las flores como las plantas seguían su camino: ser ellas mismas. La humanidad, la humanidad parecía no encontrar el más grande poder en el silencio, seguía creyendo que su camino era ser o seguir pasajes distintos. La humanidad se abandonaba a sí misma para buscar falsamente ser alguien más… Ya meditaba y se concentraba en sí mismo. Sabía que pronto vencería.


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sábado, 3 de junio de 2017

La renovación de los partidos políticos

“Se parecen tanto unos a otros los partidos, que la única manera de distinguirlos es ponerles un color” (Rafael Barrett)

LPL José Isabeles

Tal parece que la imagen de los partidos políticos en el país está tocando fondo. El desprestigio de nuestras organizaciones partidistas es significativo. A un año de las elecciones 2018, pongamos en perspectiva su renovación.

Ya es inaplazable un revisionismo que surja de dicha organización, en esa medida podríamos pensar en un proceso natural y derivado de la autocrítica. Es innecesario que el Congreso les diga a los partidos cómo actuar o que le señalen la reducción de prerrogativas. La reflexión debe emerger del sistema de partidos mismo, aunque para muchos es una utopía y no sucederá.

Las candidaturas independientes han resultado en un buen escaparate, aunque no han tenido el éxito esperado. En Jalisco tenemos a Pedro Kumamoto como producto independiente, a nivel nacional son unos 5 en total. Los independientes ya son un referente, y en contextos específicos pueden llegar a fragmentar el voto e incluso a poner o replantear la agenda cotidiana.

Ante la necedad de los partidos de hacer mutis, preferible que la gente sea quien los tome por asalto. Cuando un partido se renueva, renueva a sus candidatos, su forma de hacer política y hacer el bien a la sociedad. Una vez esto la competencia en el sistema político es contundente. Es clave replantearse la visión tradicional de los partidos: ¿Para qué sirve un partido político?, ¿cuáles son sus fines?, son preguntas esenciales que deberíamos hacernos en Sayula, Jalisco, donde los partidos son copia fiel de su actuar a escala nacional.

Los partidos políticos son instrumentos de la democracia, y como tal, ni una cosa ni la otra desaparecerá, no en el corto plazo. Mientras haya democracia habrá partidos. Debemos exigir mayores grados en la calidad. La reinvención del partido como entidad de interés público, tiene que verse inmersa en un proceso de innovación constante, ante los nuevos ‘productos' que oferta el mercado político.

Será una proeza renovarse o morir, aunque en el camino seguirán brotando nuevas organizaciones que, de facto o no, continuarán cimentando partidos políticos. ¿Hemos pensado en el Partido de los Independientes? El partido está obligado a modernizarse, actualizarse. Como ‘producto' de la democracia podría cambiarse el nombre, replantear su filosofía y principios, lanzar nuevas versiones que satisfagan las necesidades de sus clientes en sociedad.


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